En la
actualidad el extractivismo mantiene y reproduce una profunda asimetría
comercial: los países suramericanos exportan materias primas, para poder
comprar así productos manufacturados.
Es un círculo
vicioso: se exporta, por ejemplo hierro y aluminio, que es utilizado por otras
naciones, en otros continentes, que luego lo vuelven a vender a los países que
los extrajeron, como productos terminados.
Como dijo
una vez un ex ministro, “exportamos la harina, para importar la
arepa”. Lo lamentable, es que se requiere exportar muchas toneladas de
estos minerales para poder comprar manufacturas importadas.
Esas
relaciones de compra y venta son asimétricas y esas transacciones representan
una porción cada vez menor en el total del comercio global.
Los precios
de estas materias primas no se deciden en América del Sur, sino en las bolsas
internacionales del hemisferio norte. El comercio internacional sigue regulado
por un grupo de corporaciones privadas y en algunos casos estatales (como
ocurre en China).
Estos y
otros aspectos son ahora menos evidentes, debido a la coyuntura de los altos
precios de algunos minerales y el petróleo. Sin embargo, al observar la
tendencia histórica mucho más larga, que abarque todo el siglo XX, queda en
evidencia esa caída de los precios, más allá de episodios de alzas.
El
desarrollo dependiente del extractivismo es muy riesgoso. Depende de factores
que no se encuentra en América Latina: La fijación de los precios, las redes de
comercialización y el consumo en otras regiones.
Es también
un desarrollo independiente, ya que nuestros países pasan a desempeñar papeles
subordinados en la globalización.
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